noviembre 24, 2000

LOS PROXIMOS 35 AÑOS DEL IESA

Creo que el hecho de haber obtenido hace más de 25 años el Master en Administración en el IESA, de haber sido profesor de Finanzas Internacionales durante 8 años, de haber incluso formado parte de su Coro y de ser actualmente miembro, a mucha honra, de la Junta Directiva de su Asociación de Egresados del Master, me han permitido conocer al IESA desde distintos puntos de vista. Es por ello que, con ocasión de la reciente celebración de los primeros 35 años del IESA, ruego me permitan compartir con ustedes algunas reflexiones respecto del rol, que a mi juicio, debería jugar el IESA durante sus próximos 35 años. 
Hace 35 años, el IESA sirvió de guía y tutor para iniciar en Venezuela, una enseñanza seria y profunda sobre las distintas ciencias de la administración. Si bien es válido sostener que el país no parece haber aprendido suficiente de administración, el hecho es que ya ese primer paso se dio y que el IESA ya no tiene el monopolio de esta área. Además, es de recordar que Internet está cambiando rápidamente las formas de accesar e impartir conocimientos. Todo lo anterior evidencia que el IESA necesita buscar un nuevo lugar bajo el sol. 
En mi opinión, la nueva razón de ser del IESA, estaría en el campo de aplicar las ciencias administrativas y su propia capacidad investigativa, en función de enseñar a Venezuela y a sus empresas a manejarse mejor en un mundo globalizado. Con frecuencia he sentido que al IESA, como instituto educativo perteneciente a un país en vías de desarrollo, como Venezuela, aún le falta mucho espacio académico por ocupar. A tal fin, me he permitido elaborar una breve lista de algunas áreas en las cuales considero que el IESA debería tener mayor presencia. 
La normativa comercial y legal, que actualmente rige en el mundo de la propiedad intelectual, fue esencialmente desarrollada por los países dueños de todos los derechos intelectuales, marcas y patentes. Es por ello que si consideramos que Venezuela será por mucho tiempo sólo un usuario de tales derechos, se vislumbra la necesidad de profundizar el análisis crítico de esa materia desde una perspectiva más acorde con la realidad que nos rodea. 
Otra área importante es la del petróleo y la energía. En un mundo energéticamente anoréxico, pudiéramos calificar a Venezuela como un país obeso, que necesita desarrollar sus propios instrumentos y métodos de análisis. Si hubiéramos enfrentado la situación desde esa perspectiva, quizás no habríamos tenido que pasar por el mal trago de descubrir, como lo hemos hecho recientemente, que durante décadas los países consumidores habían venido castigando a nuestro petróleo con inmensos impuestos discriminatorios. 
Otro aspecto que requiere de un mejor estudio son las regulaciones aplicables a nuestro sistema financiero, el cual parecería adoptar cada día más la agenda de Basilea, que puede que sea muy buena para un país desarrollado interesado en conservar lo que tiene, pero que le plantea una serie de interrogantes para un país en vías de desarrollo, como el nuestro. Entre éstas; ¿Cómo afectan esas disposiciones el rol vital que debería tener la banca, tanto en la promoción del crecimiento económico, como en la democratización del capital? 
Si diéramos una breve, pero crítica, ojeada al sistema del comercio internacional, de protección del ambiente y derechos laborales, seguramente nos percataríamos de que para combatir algunas de las actuales inequidades, deberíamos profundizar el análisis e investigación en ese campo. El IESA pudiera, sin duda alguna, ejercer la función de tutelar los intereses de las empresas del país al velar porque los negociadores de Venezuela posean, como mínimo, la misma capacidad negociadora y analítica que sus contrapartes en los países desarrollados. 
De igual forma, observamos que en el caso de muchos de los servicios profesionales, se reduce cada vez más el número de empresas auditoras, publicitarias, consultoras, bufetes internacionales, calificadores de riesgo, etc. Esta tendencia mundial tiene implicaciones, tanto para el país como para los futuros profesionales del IESA, que deben ser cuidadosamente analizadas. 
Finalmente, con tanto hablar de la globalización, existe el riesgo de olvidarse de que el sólo hecho de ser Nación, sigue teniendo un significado real para el futuro bienestar, propio y de nuestros hijos. La globalización, al estrechar los vínculos mundiales, obliga de por sí, a una defensa más férrea que nunca del patio propio. En este último sentido se debe recordar, que aún cuando la mayoría del profesorado pueda estar acostumbrado a transitar fácilmente de un país a otro, el IESA, como institución, no posee tal movilidad. Igualmente, la adopción poco discriminada de un modelo de administración global, seguramente no es lo que la mayoría de las empresas venezolanas buscan del IESA, como tampoco la mayoría de sus alumnos, aún cuando algunos de ellos, parezcan andar buscando un propedéutico para el exilio. 
Por todo lo antes expuesto, hoy en sus 35 años, justamente por encontrarse en un mundo globalizado, el IESA debe saber que el único lugar bajo el sol que puede ocupar es, como diría Ortega y Gasset, Venezuela y su circunstancia.


noviembre 23, 2000

Si yo estuviese habilitado

En las críticas circunstancias en que se encuentra el país, obviamente que jamás se me ocurriría asumir la responsabilidad de dirigir su economía, sin contar tanto con una Ley habilitante, como con el apoyo político, que verdaderamente permita implementar un programa de emergencia. Hablo de emergencia por cuanto, de no lograr aprovechar la actual coyuntura petrolera para reflotar y enrumbar nuestra economía, el próximo cambio de viento que ocurra en los precios petroleros, causará pánico. 
Nuestros actuales ingresos petroleros son como una torrentosa lluvia tropical, que empapa pero no moja, por lo que urgentemente necesitamos transformar a nuestro país de un estacionamiento asfaltado para comerciar lo importado, en un campo arado que pueda retener la humedad. A continuación resumo algunas propuestas de como lograrlo.
Reducir el IVA de acuerdo a la importancia que tenga la remuneración de la nómina local en el costo variable. Por ejemplo, en servicios como restaurantes lo fijaría en el 5%.
Destinar 1.000 millones de dólares para financiar viviendas a quienes podrían estar en condiciones de adquirirlas, si existieran créditos razonables a largo plazo. A tal efecto, colocaría 1.000 millones de dólares en un fideicomiso en la banca para que otorgue créditos a largo plazo en dólares, para adquirir viviendas cuya construcción se inicie después de anunciado el programa. Las condiciones serían del 8% fijo en dólares y 30 años para pagar. La banca, por el servicio, podría quedarse con el margen que reste después de haber cancelado al Estado una tasa del 6%, que equivale a lo que pagan los Estados Unidos por sus bonos a 30 años.
Solicitar a todos los sectores industriales, agrícolas o de servicios, que se consideren perjudicados de alguna forma por el proceso de la apertura comercial o que enfrenten dificultades para competir, que presenten, en 45 días, una solicitud de protección razonada, cuya vigencia mínima sería de 10 años. Estas solicitudes serían analizadas por una comisión de expertos independientes, quienes elegirían 50 de ellas, sobre la base de dar protección a quien, generando el mayor número de empleos, menos la necesite para hacerse competitivo. Obviamente que antes de aprobar esa lista convendría revisarla con Colombia, por ser nuestro único socio comercial, ya que para todos los demás, sólo somos clientes.
Anunciar un programa de privatización de todo el sector público de distribución eléctrica, basado en la entrega en usufructo de los activos eléctricos a empresas nacionales, que demuestren estar en condición de acometer las nuevas inversiones necesarias, ofrezcan la menor tarifa y para el caso de incumplir con las obligaciones asumidas, estén dispuestas a devolver los activos y la concesión de manera ordenada.
Imponer controles a la entrada de los capitales a corto plazo, inclusive a los nacionales, porque Venezuela no puede permitirse más, que los vaivenes del mercado petrolero sean amplificados por los capitales golondrina. 
Desconcentrar a Caracas, ordenando la reubicación de la Asamblea Nacional y de por lo menos 5 ministerios en otra ciudad.
Amigos, los motores de nuestro país se han apagado, por favor, dejemos de apostarle tanto al Gordo del Globo y juguémosle a Venezuela, así sea sólo un quintico.
El Universal, 23 de Noviembre de 2000

noviembre 16, 2000

¿Sobreprotegido o no?

Viniendo de Estados Unidos, recibí de la aeromoza una botellita de agua y una bolsita de maní. En la botella, como de costumbre, aparecía la reconfortante información de que su contenido calórico era cero, sería muy preocupante de no ser así. No obstante, la leyenda de la bolsita me dejó loco, al leer que para obtener su información nutricional, tenía que escribir a la dirección allí indicada. ¿Qué hacía a 35.000 pies de altura, comérmela o no? Esto me hizo reflexionar sobre la increíble cantidad de normas destinadas a proteger al consumidor.
Leemos que en Japón existe gran preocupación porque su pueblo ha adoptado costumbres higiénicas demasiado exageradas, que podrían reducir su resistencia a microbios. Una posible evolución darwiniana, que obligue a los japoneses a vivir en burbujas de aire, ¿sería también aplicable a la sobreprotección del consumidor estadounidense?
Acudí a mi hermana, que por ser médico, la consideré como gran gurú de esta epidemia de las normas locas y de otras estupideces de los gringos, al estar casada con uno de ellos, para preguntarle confidencialmente, sin que se enterase mi cuñado: ¿Qué clase de sociedad puede requerir proteger a sus ciudadanos de tal manera? ¿Son tan brutos?. Sus respuestas fueron esclarecedoras, por lo que les comento lo que deduje de ellas.
En el comercio internacional se considera a los Estados Unidos como un país abierto, con los aranceles más bajos del mundo. Lo cual no es necesariamente cierto, si consideramos que su promedio de aranceles se compone de algunos del 0%, aplicados a productos de poco significado comercial, como un reactor nuclear y de otros muy altos, del 60%, aplicados a productos, que para proteger a los propios, quieren ahuyentar, como el concentrado de naranja.
Al igual que en el comercio la realidad no coincide con la creencia común, en materia de normativas sobre calidad, contenido y forma de uso, los Estados Unidos tampoco tienen toda la sobreprotección que creemos, padeciendo de una absoluta desprotección.
A juicio de mi hermana, no se trata de que los americanos sean brutos (para el record histórico familiar, mi cuñado jamás me ha parecido serlo) el hecho es que toda la normativa que observamos en ese país sólo constituye una débil línea de defensa, ante la inseguridad jurídica que se ha creado por la adicción de su sistema judicial a las demandas. Me cuenta, que el terror es tan grande, que hasta en coches para bebés se leen instrucciones que recomiendan sacar al bebé antes de doblarlo. En planchas, insisten en no planchar la ropa mientras esté puesta.
Las demandas y sus perjuicios no son ficciones. Pueden demostrarlo preguntándole a cualquier accionista de las tabacaleras en los Estados Unidos qué piensa sobre la inseguridad jurídica. Seguramente obtendrán respuestas muy interesantes, en términos de perjuicios monetarios per cápita. De igual manera, vemos que las primas de seguro, que deben pagar los médicos para medio defenderse, superan el sueldo anual de muchos médicos venezolanos. Sabemos lo difícil que nos puede resultar conseguir un médico de confianza, pero, para los médicos americanos, probablemente es más difícil aún conseguir un paciente de confianza. 
Vemos en las noticias que en Florida quieren demandar la nulidad del resultado electoral, alegando que 20.000 electores supuestamente se confundieron. Por la dificultad que tienen en ponerse de acuerdo acerca de quién debe ser su próximo presidente, ante un voto dividido 50-50, creo que los verdaderamente confundidos son muchos más, son todos los electores. Quizás deban hacer un outsourcing del gobierno. ¿Disney? 
Hablando de seguridad jurídica y apertura comercial, éstos fueron recientemente evaluados en el índice de Libertad Económica 2001 del Heritage Foundation, en donde Venezuela se ha ganado nuevamente el sótano, con el número 115 y los Estados Unidos con el 5. Es por eso que, como venezolano, para tratar de sacarme el clavo, estoy escupiendo hoy algo hacia el norte, en lugar de todo hacia arriba.
El Universal, Caracas 16 de Noviembre de 2000

noviembre 08, 2000

Salvemos nuestros naranjales de la tristeza global

The Heritage Foundation acaba de publicar su índice de Libertad Económica 2001 y como en otros tantos índices de esta índole, Venezuela aparece otra vez en el sótano. Entre 150 países ocupamos el lugar 114 y Estados Unidos el número 5. Este índice mide, entre otros factores, el grado de apertura comercial. 
La semana pasada asistí a una conferencia internacional en los Estados Unidos, que versaba sobre las perspectivas económicas de las naranjas. Lo que allí oí me hizo pensar que, por lo menos en materia de comercio internacional, las posiciones de Venezuela y los Estados Unidos deberían estar invertidas en el referido índice. 
Efectivamente, a los precios de hoy, los Estados Unidos aplican un arancel para la importación del concentrado de naranja que equivale al 63% mientras que Venezuela, cortesía del Gran Viraje iniciado en 1989, sólo aplica un 20% si es que lo cobran en nuestras aduanas.
El arancel nuestro es ad valorem, es decir, que se calcula sobre el valor declarado, mientras que el de los Estados Unidos es específico, cobrando aproximadamente 8 céntimos de dólar por litro de jugo equivalente. El sistema de los Estados Unidos significa que a menor que sea el precio internacional del concentrado de naranja y por ende, mayor sea la protección necesaria, mayor es la protección real otorgada. En nuestro caso, lo contrario. A menor que sea el precio, por aplicar un porcentaje dado, menor es la protección real.
En Estados Unidos, aparte de que por la propia capacidad adquisitiva de sus mercados favorecen a los productos de mejor calidad, el hecho de que se pague el mismo arancel por un concentrado de mayor calidad, que por uno de menor y se fijen unos límites de calidad bien altos para permitir su importación, significa que a sus productores, sólo se les pide competir de manera muy protegida, contra lo más caro. En nuestro caso, lo contrario. A menor que sea el precio, por aplicar un porcentaje dado, menor es la protección real.
En Estados Unidos, aparte de que por la propia capacidad adquisitiva de sus mercados favorecen a los productos de mejor calidad, el hecho de que se pague el mismo arancel por un concentrado de mayor calidad, que por uno de menor y se fijen unos límites de calidad bien altos para permitir su importación, significa que a sus productores, sólo se les pide competir de manera muy protegida, contra lo más caro. En nuestro caso, lo contrario, el sistema conspira para que se nos envíe el producto de peor calidad y nuestro productor debe competir contra lo más barato, con poca protección. Por cierto, en este sentido se puede argumentar que Venezuela es víctima de un dumping, no de precios, sino calidad.
Hace aproximadamente quince años, viendo cómo su hacienda de naranjas era destruida por el virus de las tristeza, mi suegro con el empuje propio de un joven, sacó de raíz hasta el último de sus árboles y resembró una variedad más resistente. Aun cuando lo anterior constituía una significativa inversión y aun cuando para la época lo único que se recomendaba era sacar el dinero del país, él no vaciló un instante. Nosotros, su familia estuvimos orgullosos de él.
Hoy, años más tarde, su haciendo, al igual que la de los demás citricultores, está de nuevo en dificultades. La dramática caída en los precios de la naranja, la revaluación del bolívar en términos reales, la mínima protección arancelaria y la disposición de permitir la entrada de productos de mala calidad en cantidades desmedidas, son algunos de los factores que conspiran para asegurar que a menos que las autoridades intervengan urgentemente, el país quede inundado de producto importado, con la consecuencia de que las naranjas venezolanas se pudran en los árboles, al no justificar, ni siquiera, el costo de recolección y transporte.
Sé que los naranjeros de la Florida, aquel estado que tanto hemos favorecido con nuestro comercio en el ta-barato dame dos y que tan generosamente nos retribuyó prohibiendo el uso de la orimulsión, no sobrevivirían ni un año sin la protección, también sé que en un mundo de absoluta equidad comercial, las naranjas de Venezuela serían competitivas.
No obstante lo anterior, no es la injusticia de nuestra ubicación en el índice lo que me hace reaccionar hoy contra él. La razón principal es que tengo miedo de que, por la pobre ubicación de Venezuela en tal ranking, la próxima vez que una de nuestras autoridades deba decidir entre defender unos intereses nacionales o cumplir con unos dudosos acuerdos comerciales, un peligroso complejo de insuficiencia globalizadora, nuevamente atente contra lo nacional.
El mundo, con la globalización, requiere más que nunca de la defensa de los intereses del patio propio. Venezuela lleva años actuando de manera inocente bajo la ilusión de que si sólo “nos comportamos” y abrimos nuestras fronteras nos irá bien. Como dicen los americanos, ¡bullshit! ¡Pendejadas! No sé qué será necesario para sacar a nuestro país de esta equivocación, este letargo, esta apatía, pero al menos debería comenzarse por reconocer el hecho de que si bien nuestros socios comerciales no necesariamente son unos demonios, definitivamente no son unos angelitos.
Autoridades de la República Bolivariana de Venezuela, por favor, sin complejos, rescaten nuestros naranjales venezolanos de la tristeza globalizadora antes de que sea demasiado tarde.
El Universal Caracas 8 de Noviembre de 2000