septiembre 13, 2001

El Infierno de Hugo

Al leer en días pasado a alguien que definía al infierno como el conjunto de oportunidades perdidas que vemos dibujarse ante nosotros al momento de morir, no pude menos que pensar en el sector eléctrico y el horrible infierno que éste puede traerle al gobierno.
El 21 de Septiembre cumple dos años la Ley del Servicio Eléctrico. En ella se establecieron una serie de objetivos, que debían acometerse dentro de ciertos lapsos, pero hasta la fecha no hay nada que mostrar, salvo un reglamento que no es más que una mala copia de la Ley.
Encontrándonos ante la necesidad de alargar dichos plazos sin que nadie cuestione los retrasos, yo, fiel a mi rol de usuario, sin otro mandato que el de mi propia curiosidad, me permito reflexionar sobre el origen de esta triste parálisis.
La Ley propone crear un regulador fuerte, introducir la competencia en la generación, poner a las municipalidades a supervisar la calidad del servicio y estimular al usuario a participar en el debate. Tales metas de “llevarle luz” al sector, probablemente resultan demasiado revolucionarias para quienes han disfrutado de la penumbra, tan cómoda para ocultar ineficiencias y propiciar negociados, originándose así un sólido frente de contras, que buscan nulificar la Ley.
La Ley establece que “El ejercicio de dos o más de las siguientes actividades: generación, transmisión ... y distribución, no podrá ser desarrollado por una misma empresa...” Pues bien y aún cuando suene increíble, los contras sostienen hoy que si a una empresa eléctrica, anteriormente integrada, simplemente se la divide en tres empresitas que se reparten las actividades, ya se ha cumplido con la Ley, aún cuando mantengan en común a los mismos accionistas. Más inverosímil resulta que con esta gatopardiana interpretación de la Ley, ya tienen casi convencidas a unas autoridades que, después de haber matado al tigre ahora le tienen pavor al cuero.
La ineficiencia es tal, que no se ha logrado cumplir ni con tareas menudas como la de implementar un código contable uniforme, indispensable para alcanzar un mínimo de transparencia. Y ni hablar de lo que se presenta como Propuesta de Régimen Económico ... un costoso pero pobre recetario, que parecería bajado de la Red, parcializado a favor de la industria y sin un análisis de su impacto en las tarifas del país. 
Ahora bien, para dibujar el infierno de las oportunidades perdidas, también hay que dibujar el cielo de lo alcanzable. Cada quien con su propio Shangrila, yo en el mío, como pide la Ley, ya habría fomentando la participación del capital nacional, reventado el feudo de Cadafe y creado una decena de distribuidoras regionales independientes.
Hugo, soy un independiente que reconoce que mucha gente decente ha invertido en Usted sus últimas esperanzas de lograr hacer de Venezuela un mejor lugar para sus hijos y nietos. Ello puede que no les de derecho a exigir milagros, pero sí a que Usted tome nota de las fallas existentes, revise su estrategia y destituya a los contras... para que algún día tenga chance de llegar a ver su cielo.

mayo 17, 2001

A la Iglesia de mi país

¿Por qué nunca hemos oído en una Misa en Venezuela a un sacerdote expresar, a nombre de nuestro pueblo, un sincero agradecimiento al Señor por haber bendecido a nuestro país con el petróleo?

De hecho, creo que la para mi inexplicable falta de agradecimiento como Nación por el petróleo, es una de las principales razones de la confusión que reina en nuestro país. Al no haber enseñado que el petróleo es un legado de Dios y que, como tal, debe ser responsablemente administrado, el país ni aprendió a defender como pueblo unido su valor, ni a protestar cuando sus ingresos son desperdiciados o repartidos injustamente por unos pésimos o corruptos administradores.

Por favor, por el bien de sus feligreses venezolanos, consideren dar una Misa de Acción de Gracias al Señor por el petróleo. Quizás así, puedan transmitirle algo sobre la responsabilidad por los talentos, a un pueblo que ni siquiera celebra el día del petróleo y que ha llegado al colmo de atribuirle el petróleo, del cual viven, el ser una mera necesidad fisiológica del diablo.

Amigos, para que la siembra del petróleo sea más que sólo un sueño, debemos comenzarla por el corazón de los venezolanos.

Extracto de un artículo publicado en El Universal el 24 de Mayo de 2001

El Universal

mayo 11, 2001

LA cooperativa ALUCASA

Mas de 400 trabajadores venezolanos están tramitando sus micro-créditos personales para poder efectuar los aportes a su propia Cooperativa, que están constituyendo para que les defienda sus actuales fuentes de empleo y evitar así la necesidad de buscar unos resuelve distintos... que no desean.
Alucasa es una importante empresa ubicada en Guacara, con ventas en el 2001, superiores a las 17.000 toneladas en láminas y foil de aluminio, tanto para el mercado nacional como internacional. Fue constituida en 1993, siendo sus accionistas: Alcasa con un 49% y la banca privada con el resto, por haber recibido tales acciones en pago de créditos otorgados a Alcasa. 
La banca privada, que excluye la banca en posesión de Fogade, mantiene el 25% de las acciones de Alucasa y, como es lógico, desde un principio ha expresado su interés de venderlas por no ser ésta su rama de negocio, vislumbrando como posibles compradores a las grandes empresas de aluminio del mundo.
Hasta hace poco tal posibilidad de que Alucasa fuera comprada por una multinacional que aportara recursos y tecnología, pudiera haber sido evaluada favorablemente por sus trabajadores, ante la esperanza de que ello les brindara mayor seguridad a sus fuentes de trabajo. ¡Ya no! 
Experiencias recientes en zonas industriales, como las de Guacara, lamentablemente nos han enseñado que la compra por parte de una empresa global, que necesita maximizar sus rendimientos globales, con frecuencia acarrea el cierre o mudanza de las actividades, incluso a otro país, lo que es fatal para la fuerza trabajadora local.
Ante la misión de encontrar la manera de disminuir el riesgo de perder fuentes de trabajo, en el caso de Alucasa se identifico la necesidad de fortalecer en lo posible la presencia de quienes mantienen un interés fundamental a largo plazo en la empresa y de disminuir la de quienes sólo buscan rendimientos financieros. Es por ello que se trata de alcanzar una estructura accionaria óptima para Alucasa y que podría ser: el 49% de Alcasa, vendedora de la materia prima y el 51% restante repartido entre los trabajadores y una diversidad de clientes industriales que necesiten de sus productos finales e intermedios.
La promulgación en Septiembre del 2001 de la Ley Especial de Asociaciones Cooperativas, abrió una vía de como lograr lo anterior y, en la actualidad, los empleados y obreros de Alucasa, con entusiasmo, se encuentran formalizando una Cooperativa y negociando, a nombre de ésta, la compra de hasta un 25% de Alucasa.
Por supuesto que los aportes iniciales de los trabajadores no alcanzarían para cancelar la totalidad del precio de compra, sin embargo afortunadamente los demás accionistas de Alucasa han comprendido que por muchas razones les conviene ceder a la Cooperativa, durante un tiempo limitado, una porción del flujo operativo, como una especie de incentivo de gestión para que ésta pueda hacerle frente a sus obligaciones financieras.
Sin duda que lo anterior habrá de revolucionar la relación trabajador-empresa, pero ante nada existe un entendimiento absoluto de que la Cooperativa no se crea para defender una relación laboral en particular, sino para defender las fuentes de trabajo en general.
Adicionalmente, el hecho de que en un futuro, vía los dividendos recibidos, se puedan lograr mejoras socio-económicas para los miembros de la Cooperativa, donde por cierto todos tienen exactamente los mismos derechos, es sin duda también algo que en poco tiempo ha logrado sembrar una esperanzadora ilusión en un cuerpo de trabajadores, que como la mayoría de sus compatriotas, hoy se encuentran muy necesitados de ésta.
Publicado en El Carabobeño, Valencia, el 11 de Mayo de 2001

abril 21, 2001

HUGO, YO Y LA REVOLUCION

Cuando veo nuestros cementerios industriales, donde por una apertura comercial muy mal implementada y una estúpida política cambiaria yacen las ilusiones de tantos venezolanos, sé que Hugo y yo queremos una revolución.
Cuando veo a Estados Unidos aplicar un 60% de arancel a la importación del concentrado de naranja y sólo permitir importar la mejor calidad, mientras que Venezuela solo aplica un 20% y permite la entrada de cualquier porquería, condenando nuestros naranjales a morir, sé que Hugo y yo queremos una revolución.
Cuando observo la muy injusta distribución de ingresos en mi país, la ineficiencia del gasto fiscal y noto cómo los esfuerzos por cobrar un impuesto sobre la renta, se abandonan por el facilismo del IVA y otros impuestos directos, sé que Hugo y yo queremos una revolución.
Cuando reflexionamos sobre las décadas de silencio ante un pésimo sistema de educación y la obscena y violenta programación con la cual nuestras televisoras adoctrinan a nuestra juventud, sé que Hugo y yo queremos una revolución.
Cuando veo mi Venezuela sumergida en la anarquía, sin una autoridad capaz de controlar a ese pequeño porcentaje de abusadores, que en todas partes existen, sé que Hugo y yo queremos una revolución.
Pero, cuando Hugo dice que su revolución es hija de la revolución china o de la cubana, también sé que Hugo y yo no hablamos de la misma revolución.
Mi revolución sólo persigue la humilde meta de lograr un buen gobierno venezolano para los venezolanos y que, si en el trayecto alguna vez nos equivocamos, que por lo menos sea a favor de Venezuela. Mi revolución recibe contenta al inversionista extranjero, pero sólo es feliz cuando logra conservar el inversionista venezolano. En mi revolución, excepto por el fortalecimiento de la OPEP (incluyendo el gas e incorporando nuevos miembros), un Gran-Colombianismo pragmático y una racional solidaridad ambiental, no hay recursos ni tiempo para otras consideraciones geopolíticas.
Si bien considero que venderle a Cuba unos 53 mil barriles de petróleo en condiciones demasiado generosas es un pecado menor, comparado con la aún no tan lejana propuesta de venderle 5 millones de barriles al mundo a un precio de solo 7 dólares; el hecho es que mientras algún venezolano se muera de hambre, no reciba una buena educación o un servicio de salud digno, mi revolución no contempla regalarle nadita a nadie – salvo, una cristiana solidaridad en emergencias.
Hugo tiene una asombrosa facilidad para comunicarle, de manera pedagógica, mensajes venezolanos a la Nación y en tal sentido, para quienes sabemos que el futuro requiere construir puentes de entendimiento, representa para el país un activo muy valioso. Por esto, a quien tenga acceso a Hugo, por favor ruéguele, que se deje de ese invento y no desperdicie su talento, hablándole al Soberano, en chino con acento cubano.

febrero 15, 2001

Sólo bajo estricta invitación

Hace poco, Camdessus, ex-director gerente del Fondo Monetario Internacional, declaró sin ruborizarse que “Nunca hemos forzado a ningún país a liberalizar sus cuentas de capitales. ¡Jamás!” 
La declaración me pareció similar a la de un traficante de drogas, que inicialmente regala la droga para crear la adicción y luego, en su defensa, sostiene que jamás obligó a persona alguna a comprarla.
Las políticas del FMI para la época y que bastante protesté, se centraban en aumentar los impuestos, haciendo caso omiso a que el país se encontrara en una recesión y en imponer una política monetaria con exorbitantes tasas de interés. Como consecuencia, se agravó la recesión y se fortaleció artificialmente el bolívar, asesinándose así las oportunidades de inversión a largo plazo y atrayendo, debido a los inmensos rendimientos reales, capitales especulativos a corto plazo. Los capitales golondrina no sólo eran consecuencia directa de las políticas del FMI, sino que además su sola presencia era el principal indicador para medir su éxito.
Si hoy hay conciencia del daño que causan tales capitales, ¿por qué entonces no se hace nada? Como en tantos otros aspectos sostengo, que la causa de nuestra timidez para actuar se debe a un complejo de insuficiencia globalizadora, causada por tanto repetir el falso mantra de “Nos globalizamos o nos morimos”. 
En 1983, después de la devaluación, cuando alguien le increpó a las autoridades acerca del por qué no habían puesto controles de cambio antes, se le respondió con un “para qué cerrar las puertas de los establos si los caballos ya se fueron”. Al respecto, considero que para controlar flujos especulativos, es mejor hacerlo antes de que entren al país y no después. Quienes crean que se puede ganar algo dejando entrar los capitales, para luego retenerlos contra su voluntad, no conocen de la materia. Para comenzar, el daño que causan esos capitales al entrar puede llegar incluso a superar el daño que causan al salir.
En cierta forma, Venezuela ha tenido la suerte de no haber contado, durante la última década, con la confianza en demasía del inversionista cortoplacista. En la presente coyuntura, cuando algo de racionalidad económica nacionalista puede nuevamente convertir a Venezuela en un Boccato di Cardinale, debemos asegurar que a la fiesta no se nos cuelen invitados poco deseados.
En tal sentido, sugiero establecer de inmediato reglas, impuestos o encajes especiales, que disciplinen la entrada de capitales a corto plazo. El momento puede también ser oportuno para que, con exoneraciones fiscales y programas de conversión de deudas, demostremos nuestro interés por las inversiones nuevas a largo plazo.
Al controlar el flujo de capitales, lo que más importa es su plazo y no su origen. Por esto, los controles también deben afectar al capital venezolano, que si bien tiene y siempre debe tener el derecho a poder salir, no debe tener el derecho de entrar cuando le dé la gana, sólo para aprovechar una coyuntura cortoplacista. 
Amigos, no me he vuelto loco cuando en plena recesión, pretendo cerrar la puerta a capitales. Sólo busco asegurar que nuestro país logre atraer los capitales que le interesan, aprovechando además promocionar a Venezuela de la manera como se promociona algo verdaderamente bueno, es decir, como algo exclusivo cuyo acceso está restringido.
Publicado en El Universal el 15 de Febrero de 2001

enero 18, 2001

Con licencia para intimidar

El Estado venezolano aparentemente le ha concedido licencia a unos abogados para que, cual Sheriff de Nottingham, anden por ahí intimidando a la gente al pago de unas rentas monopolísticas a Microsoft y otros productores de software. Su forma de actuar, amenazando con penas de cárcel a quien use un software copiado y enviando sus misivas en época de Navidad, para cobrar unos jugosos honorarios, se asemeja a la de unos simples mercenarios, tratando de cuadrar su rectangular hallaca.
En 1983, empecé usando Wordstar como programa de procesamiento de palabras. A los pocos años el mercado movió (cual queso) la frontera y tuve que migrar al Wordperfect. A mediados de los 90 no me quedó más remedio que cambiar nuevamente, esta vez al Word de Microsoft. Hoy soy un feliz usuario de ese programa y Bill Gates, la persona más rica del mundo. 
Pero la frontera se sigue moviendo, no tanto por el mercado, sino por la costumbre de Microsoft de sacar nuevas versiones que le permitan cobrar otra vez su peaje. Y...¡pobre del que se quede atrás! Los libros de instrucción para las viejas versiones desaparecen, la incompatibilidad crece y ¿qué consultor se atrevería a enviar una propuesta de trabajo a un ente multinacional en Word 97 en lugar de Word 2000?
El éxito financiero de Microsoft se basa, además, en que logra vender en 700 dólares un software cuyo costo variable no excede de 3 dólares. Lo anterior se debe en parte a sus derechos de propiedad intelectual, pero ante nada, por la manera abusiva de cómo ejerce un monopolio. Esto último, no sólo lo digo yo, en los Estados Unidos así lo han determinado los tribunales de ese país. 
Es por ello que hoy invoco el artículo 113 de la Constitución, que reiteradamente obliga al Estado a adoptar medidas para evitar el abuso de la posición de dominio, para solicitarle a nuestras autoridades que revoquen las licencias para intimidar, emitidas a favor de los agentes de Microsoft. Si esa empresa desea que en Venezuela se le protejan sus “derechos”, debe cumplir con lo siguiente:
· No aprovechar su posición de dominio y ajustar sus precios a la capacidad económica del mercado local. Dada la diferencia en los ingresos per capita, la protección real otorgada a Microsoft en Venezuela, supera ampliamente a la que recibe en su propio país.
· Como alternativa y por cuanto la protección de un derecho intelectual no puede significar un derecho a discriminar, todo usuario, por pequeño que sea, debe tener el derecho a comprar el software al mejor precio, tal como los que son ofertados por Microsoft a los fabricantes de computadoras. 
Conocemos asimismo que de no existir los impuestos de más del 400%, que los países consumidores le aplican discriminatoriamente al petróleo, se vendería un mayor volumen a mejores precios. Por lo tanto, mientras los modernos Francis Drake´s fiscalistas naveguen por nuestro mar petrolero, considero además que nuestros ciudadanos también tienen el derecho de, bajo ciertas circunstancias, poder darle un SI a la piratería.
Amigo intimidador, cuando quiera, en el corral que usted elija, le armo un computador con un software 100% pirata pero funcional y lo reto a que con sus tropas me la confisque, advirtiéndole al juez que en ella guardo, con derecho a la confidencialidad, propiedad intelectual mucho más valiosa que la suya.
El Universal, 18 de enero de 2001

enero 04, 2001

Mi plan Colombia

En momentos de desavenencias es importante dibujar las conveniencias, es por ello que firmemente creo que con la gente y tierra de Venezuela y Colombia podríamos construir una Nación capaz de competir, de tú a tú, con las demás superpotencias del mundo. No obstante, dadas las múltiples barreras mentales y reales que existen, probablemente me pregunten ¿qué lumpia me fumé?
Parafraseando a Carlos Zubillaga, considero que uno de los obstáculos a la integración de intereses de los dos países, se debe a que Colombia parece haberse desarrollado bajo la influencia de una clase dominante, que sólo buscaba dominar, mientras que en Venezuela, nuestro rumbo quedó marcado por una clase dominante que rehusaba dominar. 
Otro impedimento es la pérdida de confianza en nosotros mismos, causada ante nada por el evangelio de la globalización. Normalmente, nuestras condiciones geográficas, entre norte y sur, este y oeste, representarían para un filósofo del vaso medio lleno un cúmulo de fortalezas, pero lamentablemente, para nuestros filósofos de vasos medio vacíos, ellas sólo constituyen flancos débiles que proteger.
Para empeorar las cosas, hasta el ciclo de vida de Bolívar, su nacimiento y muerte, que tanto nos podría unir, en vez de constituir una plataforma para lanzarnos a un futuro más grande, sólo parece anclarnos en el pasado.
Ante estas dificultades es comprensible que la prudencia sugiera diferir un esfuerzo de integración para cuando existan condiciones más propicias. No obstante, la realidad es que nuestra Colombia, dicho esto con el mismo derecho y respeto con el cual espero que ellos puedan referirse a su Venezuela, enfrenta algo muy cercano a una guerra civil, que simplemente no podemos ignorar.
Por supuesto, si queremos conservar las ambiciones de lograr una futura y hermanada grandeza, no podemos participar directamente en este conflicto, pero creo que esto no deba significar que nuestra única alternativa de acción, sea la de apertrechar nuestra frontera y evitar el salpique de un Plan Colombia. 
Por el contrario, el momento es históricamente oportuno para relanzar un agresivo plan de integración económica que nos ayude, tanto a ellos como a nosotros, a comprender que los verdaderos obstáculos hacia un futuro mejor, se encuentran muy pero muy lejos de las causas de un conflicto fraticida.
En tal sentido, propongo que busquemos de inmediato reafirmar el Pacto Andino, por lo menos en lo atinente a Colombia y Venezuela. Para comenzar, debemos buscar alinear nuestras monedas a fin de maximizar el intercambio comercial colombo-venezolano e imponer unas significativas barreras comerciales externas y comunes, que nos permitan crear un importante mercado interno.
Lo anterior, cual exitosa angioplastia, podría desbloquear las arterias comerciales y oxigenar las economías hasta tal punto, que tanto Colombia como Venezuela, puedan observar nuevos y mejores horizontes y quizás incluso una bonanza que permita generar nuevas y pacíficas soluciones.
En tantos lugares del mundo observamos la presencia de guerras originadas por pasiones absolutamente inexplicables para un ser normal. Por Dios, pase lo que pase, les ruego que no le dejemos como herencia a nuestros hijos ese odio absoluto, eterno y corrosivo entre pueblos hermanos, que carcome una vida recién nacida.
El Universal, Caracas, 4 de Enero de 2001